sábado, 3 de marzo de 2012

Las metáforas del mundo on line (10)


Tenía años que no me paraba por aquí en mi calidad de editor hipertextual de engendros de mi cosecha. Después de quince meses me pareció que un buen pretexto para reaparecer en escena era dar a conocer un cuentito al que titulé Lo que natura no da, silicona sí presta, en clara paráfrasis a la famosa frase vinculada a la universidad de Salamanca. El cuento nació de un e-fragmento hecho a partir de dos colaboraciones publicadas en mi columna semanal en el diario Crónica de hoy, a las que les faltaba un poco más de elaboración y fantasía para que abandonaran la inmediatez del periodismo. Los materiales primarios surgieron de una famosa historia de implantes mamarios hechos con silicón industrial y toda la sevicia que hay en torno al caso.

Con respecto al blog, y antes de entrar en la materia del cuento, confieso que han pasado muchas cosas en el camino que conviene desglosar muy brevemente, en virtud de que el experimento que me propuse en la primera entrada del blog sigue vigente. En otras palabras, desde la apertura de este foro, a la fecha, hay cinco aspectos que debo comentar antes de darle paso a mi cuento.

1) Es terriblemente frustrante que dada la volatilidad con la que muta la red, aproximadamente 30 por ciento de los vínculos de mis entradas se hayan perdido o transmutado en otros contenidos semánticos. Es tarea de locos actualizar permanentemente los vínculos mutantes. Quizá cuando se trata de algunas imágenes valga la pena. Pero en la mayoría de los casos, lo mejor es, sin volvernos esclavos del enlace, suprimir los que hayan perdido significado o conduzcan a callejones sin salida.

2) Derivado de esa experiencia me conforta afirmar que mis textos pueden leerse muy bien sin los hipervínculos, pues son relativamente independientes.

3) Esa idea que no es mía y que compara al hipervínculo con un pie de página, me gusta. Un texto, aunque habite en la red, debe defenderse solito: tanto en su gramática interna, como en su construcción hipertextual. Los hipervínculos ayudan a conectar el conocimiento de manera diferente, tradúzcase: en red. Es una lógica diferente que está desplazando al predominio serial o monodireccional de transmisión del conocimiento que tiene otras características. Pero mis nodos, que tienden puentes a otros contenidos semánticos, son también autónomos. Cuando brincamos de nodo a nodo (lo que se conoce como surfear en la red) hay sólo de dos sopas: o perdimos nuestra capacidad de concentración o el nodo que abandonamos es pobre o no cumple las expectativas que nos propusimos como principio de búsqueda.

4) En el camino leí un gran libro: Superficiales, de Nicholas Carr una crítica elocuente y fundada a Internet que recomiendo ampliamente y que prometo retomar en un e-fragmento posterior sin comprometerme en fechas porque un aspecto de mi blog que también me encanta es su:

5) Lentitud. A pesar de orbitar en un mundo binario, de incesante flujo informativo y deformativo, aquí escribo cuando me da la gana, sin presiones de cierre ni nada parecido.

Dicho lo anterior, le doy paso a este cuento de horror en el que, por desgracia, casi nada es ficción y que también podría haberse llamado "El charcutero francés".

Lo que natura no da, silicona sí presta
DAVID GUTIÉRREZ FUENTES




Esta historia parte de hechos reales. Es probable que un lector con espíritu notarial, advierta imprecisiones en el orden cronológico de los sucesos, o incluso algunos datos magnificados por la hipérbole que toca a mi puerta cuando escribo líneas en las que están presentes los componentes del melodrama moderno: avaricia, estupidez, vanidad, tragedia, cursilería y humorismo involuntario. La realidad sólo pide misericordia y no tiene que esperar demasiado tiempo para conseguirla. En los márgenes del vértigo, porque modernidad sin vértigo no es modernidad, vagan espíritus ociosos que recolectan fragmentos de realidad para convertirla en figuraciones que le permitan alzar el vuelo, ligero, sobre eso que Fray Luis de León definió desde el siglo XVI como el mundanal ruido.

Una tarde de verano, mientras Jean-Claude Mas, charcutero de París, guardaba en el congelador de su salchichonería unos fiambres de cerdo confeccionados con Rojo-E124, sorbato de sodio y pimienta negra entera, se postró tras el mostrador mademoesille Jocelyne que acudía por una botella de vino de la casa y un trozo de foie gras. Jean-Claude, cuya formación académica no superaba un malogrado bachillerato cursado en su natal Tarbes, observó un cambio notable en la fisonomía de Jocelyne, que fue corroborado por Dadou, una escuálida mujer, responsable de la sección de “cárnicos”, con quien Jean-Claude había tenido una aventura de la que se arrepentía porque Dadou se había vuelto grosera e impertinente: “Jean-Claude, espero que las mortadelas y el vino barato que vendes te alcancen un día para comprarme unos implantes como los de mademoesille Jocelyne.”

En efecto, la joven lucía una playera ajustada que delineaba un busto firme, relevo artificial de unos pechos aniñados que recordaban algunos cuadros de Balthus. “Le venían mejor”, comentan con nostalgia algunos testigos que la conocieron antes de su cirugía en el legendario Mayo francés. Corría la década de los sesenta y es muy probable que la operación de mademoesille Jocelyne hubiera costado una fortuna porque estábamos en los albores de las técnicas de implantes de silicón.

Por aquellos días, en la antesala del dentista, Jean-Claude leyó casualmente un artículo que exponía con detalle los trabajos de dos universitarios: Thomas Cronin y Frank Gerow, pioneros, por así decirlo, de las prótesis mamarias de gel de silicona que estaban causando furor en las clases acomodadas de Francia y de otros países del mundo. Entonces tuvo una visión que lo movió al cambio: los implantes obedecen al mismo principio de fabricación que los salchichones, todo es cuestión de rellenar el molde adecuado con el material adecuado. Al día siguiente traspasó el negocio con todo y Dadou. Durante cinco años vendió medicinas tocando de puerta en puerta los consultorios médicos de París. Después consiguió empleo en los laboratorios Bristol-Myers.

En 1982 conoció a madame Lucciardi, con quien procreó dos hijos. Los contactos cosechados durante más de una década, comenzarían a rendir frutos. La visión empresarial concebida años atrás: hacer implantes mamarios es como confeccionar salchichones de puerco y una cultura cyborg en plena expansión auxiliada por la literatura y el cine, estaba punto de convertir a Jean-Claude Mas, en el rey de los implantes. Pasaba los cincuenta años de edad cuando fundó la firma cuya mala fama le dio varias vueltas al mundo: Poly Implant Prothèse, mejor conocida por sus siglas PIP.

Durante algún tiempo, las prótesis PIP eran auditadas por certificadoras que en teoría autentificaban que la calidad del recipiente y el contenido resultaran aptos para el cuerpo humano que los recibía por motivos médicos o estéticos. Pero el escándalo demostró que las certificadoras como la alemana TÜV eran tan malas como el relleno de los implantes que Jean Claude vendió por millares al grado de convertirse en el rey de la silicona. Ahora se sabe que se hacía llamar doctor por los 120 empleados de su empresa, a los que obligaba a vestir uniforme azul y portar guantes de látex, cofias y tapabocas para darle una apariencia aséptica y moderna a un establecimiento que a final de cuentas operaba bajos los principios de una tocinería de pueblo.

Henri Arion, inventor de una prótesis mamaria inflable con suero fisiológico y a quien conoció por los buenos oficios de madame Lucciardi, le enseñó a Jean Claude las técnicas para fabricar implantes. Pero tras la muerte de su mentor en un accidente aéreo ocurrido en 2004, el dueño de Poly Implant Prothèse liberó al charcutero que habitaba en su interior y le dio un giro de 180 grados al negocio de las prótesis mamarias: las rebajó a precios inimaginables al grado de que nadie logró hacerle sombra. Además, abrió una línea secundaria de testículos y glúteos artificiales.

Boquiflojo, fanfarrón, amante del juego y de la buena vida, el charcutero se dejaba ver en congresos internacionales y no dejaba de mostrarse osado ante sus “colegas” o competidores: “Vi al señor Mas en una convención médica. Me dijo que mis implantes eran basura, que mejor usara los suyos. Presionaba mucho. Parecía querer hacer cualquier cosa para aprovechar un gran mercado, de una forma muy agresiva. Vendía sus productos por debajo del precio promedio de manera que nadie pudiera competir con él”, comenta con un dejo de envidia trasnochada elcirujano francés Patrick Baraf.

El secreto de Jean-Claude estaba por supuesto en el relleno. Joëlle Manighetti, una portadora temporal de productos PIP, averiguó algunos de los componentes de la fórmula secreta: “Baysilone, un aditivo de carburantes, silopren, aislante en líneas de alta tensión y rhodorsil, un compuesto utilizado en tubos y electrodomésticos”.

Buena parte de los senos artificiales de Jean-Claude, cuyas portadoras, según algunas cifras, oscilaban alrededor del medio millón, inundaron el mercado latinoamericano. Era de esperarse el éxito extraordinario y vertiginoso. La vanidad, potenciada por una estética decadente en la que los cirujanos plásticos se convirtieron en los antipáticos héroes de la narrativa televisiva, contribuyó a que el charcutero de París se acercara a mercados en los que abrió brecha para que la mafia implantadora (cirujanos, aboneros de la salud y rufianes de la publicidad) crearan la necesidad psicológica del implante, aunque fuera de silicón industrial.

Sin embargo este paraíso mamario se reventó en poco tiempo. Joana Bolini, siempre soñó con tener pechos grandes, pero jamás imaginó que su caso se convertiría en prototipo para dimensionar la magnitud del melodrama. Un fin de semana que salió temprano de la oficina, fue seducida por un anuncio que leyó en El Clarín mientras le hacían un pedicure en una estética bonaerense: “¿Estás cansada de que los hombres se alejen de ti por el tamaño de tus senos? Te ayudamos a que crezcan. Paga tu sueño a seis meses sin intereses”. Joana todavía no terminaba de liquidar el saldo de su Mastercard, cuando una de sus flamantes prótesis se reventó como neumático. Desde entonces se convirtió en un manojo de angustia porque su sueldo de asalariada le imposibilitaba financiar una nueva operación que estaría comprendiendo remoción del producto PIP, limpieza del silicón industral derramado en su organismo y probablemente una prótesis refaccionaria de mejor calidad.

Aunque no era la regla, los productos PIP empezaron a ocasionar muchos problemas en un alto número de portadoras. Surgió el primer caso de fallecimiento por cáncer que activó la alarma social. Un numeroso grupo de mujeres y transexuales, porque habría que añadir que este segmento también fue cubierto hábilmente por Jean-Claude que prometía a los géneros en conflicto la posibilidad de modificar su anatomía mediante una amplia gama de implantes milagro, entraron en pánico al enterarse de qué clase de sustancias estaban rellenas sus prótesis. Quitárselas o cambiarlas por otras más seguras se convirtió en una demanda a escala mundial. En Francia, Reino Unido, Colombia, Venezuela, CostaRica, España, Chile y Argentina, surgieron organizaciones civiles, abogados y portadoras que expusieron un dilema que parecía de ciencia ficción: que el Estado absorbiera el costo de las nuevas operaciones. Parecía difícil imaginar que gobiernos que delegaban la inspección de procesos de fabricación de prótesis médicas a terceros, estuvieran dispuestos a ocuparse de los costos millonarios implicados en decena de miles de cirugías plásticas, entre cuyos beneficiarios, ironía del destino, se encontraba Patrick Baraf.

Y mientras ese debate tenía lugar en varios países del mundo, Jean-Claude salió libre bajo fianza después de que la justicia, durante un primer intento, trató de someterlo a ese lugarazo común que solemos llamar “imperio de la ley”. Lo cierto es que detrás del cierre de la firma, salieron a relucir filiales fantasma, paraísos fiscales y prestanombres fallecidos en circunstancias cuando menos raras. Pero esa secuela será materia de otro recolector de realidad que vague en los márgenes del vértigo. A mí, francamente, ya no me interesa.



Nota: el contenido de estas páginas  puede utilizarse en otros contextos siempre y cuando se cite al autor, se vincule la dirección si se trata de entornos de red o se cite la fuente cuando se trate de otros formatos. David Gutiérrez Fuentes. La fuente gráfica de esta entrada: proviene de Nuestra Mirada, Red Social de Periodistas Iberoamericanos. 

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