Antecedentes
Como prometí en la entrega anterior, rescato para mi blog una entrevista que le realicé a Edgar Morin el 15 de junio de 1997 para El Búho, Excélsior. Aunque dicha entrevista fue recopilada más tarde (con fallas y recortes) en una publicación de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, me pareció oportuna ponerla a disposición de los usuarios y retomada de su fuente original. A diferencia de lo que opinan algunos apologistas de la red, el pensamiento de Morin adquiere una vigencia crítica invaluable, cuando lo utilizamos para explicarnos fenómenos de comunicación como los que ahora estamos atravesando. Por último, quisiera agradecerle a Félix Acevedo y Ana Bertha Galván Mata, su desinteresada ayuda en este rescate arqueológico que hoy salta a la red.
Entrevista a Edgar Morin
15 de junio de 1997
Pensamiento complejo
En fecha reciente, la UIA, la UNAM y el IFAL invitaron a México al pensador francés Edgar Morín, quien ofreció algunas conferencias y un seminario en la Universidad Iberoamericana. Navegador a contracorriente, Morín es un hombre que podemos ubicar en las antípodas del pensamiento excluyente y de las tendencias simplificadoras. La razón se ha vuelto loca, las disciplinas científicas y sociales se aíslan unas de las otras, se niegan y entronizan sus métodos de conocimiento como los únicos admisibles. Frente a este caos, que encuentra buena parte de su representación en el proceso global mediante el cual se nos quiere vestir a todos con el mismo uniforme, voces como la de Morín forman parte de la resistencia, una resistencia que poco a poco va ganando adeptos y que le permiten al escéptico esbozar una pequeña mueca que parece decir vamos bien. Antes de dar paso a la entrevista, quisiera citar algunos fragmentos de su obra que me parecen el mejor espejo de nuestra realidad política y cultural: “Cuando el humanismo y la virtud crítica zozobran, hay un desencadenamiento de una fuerza implacable de orden y de homogeneización (...) La razón se vuelve loca cuando se convierte a la vez en un puro instrumento del poder (...) Así, en esta lógica, no sólo se produce una burocracia para la sociedad, sino también una sociedad para esta burocracia; no sólo se produce una tecnocracia para el pueblo, sino que también se construye un pueblo para esta tecnocracia; no sólo se produce un objeto para el sujeto, sino también, según la frase de Marx a la que hoy se le pueden dar repercusiones nuevas y múltiples, ‘se produce un sujeto para el objeto’.”
Escasos veinte minutos en una mesa en la que Morín estaba rodeado por amigos, fueron los que tuve para conversar con este hombre de 76 años cuya lucidez y franqueza convocó en su seminario a oceanógrafos, biólogos, historiadores, sociólogos y estudiantes de todas las carreras. Pensar al hombre en su complejidad y ofrecer la experiencia intelectual al servicio de la vida son las apuestas de Edgar Morín.
Usted dijo que el racionalismo es la hipertrofia de la razón. Todo exceso teórico deviene en doctrina y la doctrina del racionalismo se reflejó en el terror de la Revolución Francesa, cuyo símbolo más grotesco fue la guillotina. ¿Le parece que la globalidad cultural que se nos quiere imponer está sustentada sobre principios racionalistas que niegan la pluralidad y la complejidad del hombre?
Una forma de mirar al proceso de la revolución francesa es mediante el conjunto de dos proyectos muy importantes: el de Rousseau y el de Voltaire. El movimiento fue muy rico y complejo, mirarlo sólo desde el terror es equivocado. El periodo del terror fue solamente un momento externo de la revolución.
Ahora bien, los procesos actuales de globalización, que son económicos y técnicos, están basados en cimientos, como usted dice, racionalistas. Es decir, en una razón cerrada que únicamente ve sus metas, en este caso las materiales, sin atender a los problemas humanos y la calidad de la vida. Los procesos tecnoeconómicos deben formar parte de una visión más amplia del hombre, deben integrarse y eso todavía no ocurre.
El hombre actual, reconoció en una entrevista, requiere de más inteligencia, más comunicación, más participación y sobre todo más amor. ¿Se puede mantener el optimismo cuando estos cuatro elementos se ven disminuidos con el proceso tecnoeconómico de la globalización?
No hay que preocuparnos por mantener el optimismo, hay que tener voluntad de amar. En la medida en que no tenemos ninguna certidumbre, de que no sabemos lo que va a ocurrir, no en el futuro mediato, sino en el inmediato, debemos, en una lucha inicial, poder amar. Ya ni siquiera se trata del optimismo contrapuesto al pesimismo. La situación es muy peligrosa, nosotros debemos andar nuestro propio camino.
Savater propone incluso que para estar alegres en la actualidad se requiere echar mano de la imaginación.
Entiendo la postura, pero voy a tomar un pedazo de mi vida para responder a su planteamiento. Cuando Francia sufrió una de las etapas más terribles de su historia –la ocupación nazi–, vivíamos una situación en la que no se podía fácilmente encontrar alegría, pero algunos, como yo, quienes formábamos parte de la resistencia, creíamos en ella y corríamos muchos peligros por ella, éramos alegres porque nuestra vida tenía un sentido: hacer cualquier cosa para combatir el fascismo, luchar por la patria y la humanidad. La cuestión fundamental es buscar fuerzas internas que nos ayuden a participar en algo que es más grande que uno mismo. Mi concepción de la vida es que ésta transcurre en una alternancia de estados muy similares a la prosa y la poesía. La prosa forma parte de las actividades prácticas, técnicas y utilitarias. La poesía conjunta todos los estados de amistad, amor, admiración, fiesta, baile. Más allá de la bipolaridad optimismo-pesimismo, la vida debe transcurrir sin que se pierdan los estados poéticos.
A pregunta expresa, usted le dio dos significados al pensamiento: el que se ejerce partiendo de la voluntad y el que trabaja de manera automática. Después sugirió que sería bueno contar con un botón de “stop” para detener el pensamiento automático cuando lo deseáramos. Le parece que después de la muerte el pensamiento voluntarioso y automático encuentran su “stop” o, por el contrario, siguen su marcha.
Yo no lo creo. El pensamiento requiere de la conciencia, es el fruto y la flor de la evolución humana. Todas las cosas, sobre todo las más bellas, son las más frágiles: la rosa vive un día. Todo nuestro vigor es frágil. Por ejemplo, nuestro cuerpo está constituido por moléculas químicas y átomos; después de la muerte esto se dispersa, pero el producto del conjunto de lo que llamamos vida, el cerebro, entra en una fase de descomposición, y el alma, que no puede existir sin el cerebro, desaparece también.
Se conocen algunos testimonios de gente casi muerta, que finalmente sobrevive. En los estudios sobre esos casos, la gente cuenta que vio subir su alma, que vio una luz, pero esas respuestas no son decisivas, se pueden interpretar como las últimas fantasías del cerebro en el momento final. Honestamente, no creo que subsista la actividad mental después de la muerte.
Exterminado el fantasma de la guerra fría, ¿cuál es su percepción del modo en el que la humanidad traspasará el siglo veinte? (Uno de los libros fundamentales del autor se llama, precisamente Para salir del siglo xx).
No sé cómo lo traspasará. En algunas partes de la Tierra se vive un gran desencanto, una pérdida de la esperanza, porque hay simultáneamente una pérdida del futuro. En otros lugares existe una fe muy arraigada en las religiones del pasado. Es decir, no existe un desencanto general; en muchos países podemos apreciar el vigor de su gente. Yo diría que vivimos un presente muy mezclado. Existen, ciertamente, muchos obstáculos para concebir el futuro, porque hoy es muy difícil entender lo que pasa. Yo cito muchas veces las palabras de Ortega y Gasset, que dicen: “No sabemos lo que pasa y eso es lo que pasa”. La toma de conciencia es muy difícil. Hoy día, las fuerzas de la globalización tecnoeconómicas han suscitado una serie de fuertes contracorrientes, el capitalismo siempre desata contracorrientes. La industrialización, por ejemplo, ha desatado una gran fuerza ecológica que lucha por revertir la polución que generan los procesos industriales.
No tenemos certezas. Estamos en la oscuridad. Lo que podemos hacer es salvaguardar los valores que nosotros queremos y seguir una estrategia, que a mi juicio es la estrategia del pensamiento complejo, para cambiar lo que ocurre en esta noche de los dos siglos. Hay un proverbio turco que dice: “La noche está embarazada”. Es decir, nadie puede afirmar que el día no habrá de nacer.
So pena de inducir una respuesta reduccionista, me gustaría que explicara a los lectores de este suplemento en qué consiste su propuesta del pensamiento complejo.
Hay dos formas que nos permiten explicar, del modo menos difícil, la consistencia del pensamiento complejo. Tenemos conocimientos separados y formaciones separadas. Toda nuestra educación nos enseña a clasificar y excluir. Eso ha propiciado que tengamos subdesarrollada nuestra habilidad de conjunción. Un primer aspecto del pensamiento complejo lo podemos definir como la capacidad que desarrolla el individuo para reunir y hacer conexiones de diversos conocimientos y disciplinas de un modo articulado. El segundo aspecto yo lo explicaría por medio del siguiente ejemplo: vivimos en un mundo en el que hay una gran incertidumbre no sólo por el porvenir, sino por lo que puede suceder el día de mañana. Eso ha propiciado que muchas veces la vida sea como un juego de dados o un volado: cara o cruz. Sin embargo, en ese océano de incertidumbre hay muchas islas, varios archipiélagos de tierra firme. El pensamiento complejo le permite al marinero navegar por los mares de la incertidumbre a través del buen uso de las islas de la certidumbre.
¿Y el libro? Ese medio ancestral del conocimiento humano, ¿corre el riesgo de desaparecer frente a los otros medios?
Los otros medios acompañarán al libro en el paso al próximo siglo. Ésta es una época de gran invasión de las imágenes, es, de alguna forma, una época de regresión para el libro. Vivimos en una etapa de constante aceleración, de poco tiempo para la reflexión y la lectura. Sin embargo, también considero que mediante una reconquista de nuestros tiempos personales reencontraremos las condiciones adecuadas para volver a la lectura. En el siglo pasado la lectura no se sustentaba en un ejercicio rápido y veloz, no existía esa ansiedad por conocer únicamente el final del libro. Leer suponía también ser partícipes de un acto de gozo por el estilo mismo, por las descripciones, por los análisis del autor. Leer implica releer. Cuando un libro nos gusta y lo releemos descubrimos siempre nuevas cosas. Esos placeres que hoy pertenecen a una pequeña elite deben reconquistarse por la mayoría de los ciudadanos.
Escasos veinte minutos en una mesa en la que Morín estaba rodeado por amigos, fueron los que tuve para conversar con este hombre de 76 años cuya lucidez y franqueza convocó en su seminario a oceanógrafos, biólogos, historiadores, sociólogos y estudiantes de todas las carreras. Pensar al hombre en su complejidad y ofrecer la experiencia intelectual al servicio de la vida son las apuestas de Edgar Morín.
Usted dijo que el racionalismo es la hipertrofia de la razón. Todo exceso teórico deviene en doctrina y la doctrina del racionalismo se reflejó en el terror de la Revolución Francesa, cuyo símbolo más grotesco fue la guillotina. ¿Le parece que la globalidad cultural que se nos quiere imponer está sustentada sobre principios racionalistas que niegan la pluralidad y la complejidad del hombre?
Una forma de mirar al proceso de la revolución francesa es mediante el conjunto de dos proyectos muy importantes: el de Rousseau y el de Voltaire. El movimiento fue muy rico y complejo, mirarlo sólo desde el terror es equivocado. El periodo del terror fue solamente un momento externo de la revolución.
Ahora bien, los procesos actuales de globalización, que son económicos y técnicos, están basados en cimientos, como usted dice, racionalistas. Es decir, en una razón cerrada que únicamente ve sus metas, en este caso las materiales, sin atender a los problemas humanos y la calidad de la vida. Los procesos tecnoeconómicos deben formar parte de una visión más amplia del hombre, deben integrarse y eso todavía no ocurre.
El hombre actual, reconoció en una entrevista, requiere de más inteligencia, más comunicación, más participación y sobre todo más amor. ¿Se puede mantener el optimismo cuando estos cuatro elementos se ven disminuidos con el proceso tecnoeconómico de la globalización?
No hay que preocuparnos por mantener el optimismo, hay que tener voluntad de amar. En la medida en que no tenemos ninguna certidumbre, de que no sabemos lo que va a ocurrir, no en el futuro mediato, sino en el inmediato, debemos, en una lucha inicial, poder amar. Ya ni siquiera se trata del optimismo contrapuesto al pesimismo. La situación es muy peligrosa, nosotros debemos andar nuestro propio camino.
Savater propone incluso que para estar alegres en la actualidad se requiere echar mano de la imaginación.
Entiendo la postura, pero voy a tomar un pedazo de mi vida para responder a su planteamiento. Cuando Francia sufrió una de las etapas más terribles de su historia –la ocupación nazi–, vivíamos una situación en la que no se podía fácilmente encontrar alegría, pero algunos, como yo, quienes formábamos parte de la resistencia, creíamos en ella y corríamos muchos peligros por ella, éramos alegres porque nuestra vida tenía un sentido: hacer cualquier cosa para combatir el fascismo, luchar por la patria y la humanidad. La cuestión fundamental es buscar fuerzas internas que nos ayuden a participar en algo que es más grande que uno mismo. Mi concepción de la vida es que ésta transcurre en una alternancia de estados muy similares a la prosa y la poesía. La prosa forma parte de las actividades prácticas, técnicas y utilitarias. La poesía conjunta todos los estados de amistad, amor, admiración, fiesta, baile. Más allá de la bipolaridad optimismo-pesimismo, la vida debe transcurrir sin que se pierdan los estados poéticos.
A pregunta expresa, usted le dio dos significados al pensamiento: el que se ejerce partiendo de la voluntad y el que trabaja de manera automática. Después sugirió que sería bueno contar con un botón de “stop” para detener el pensamiento automático cuando lo deseáramos. Le parece que después de la muerte el pensamiento voluntarioso y automático encuentran su “stop” o, por el contrario, siguen su marcha.
Yo no lo creo. El pensamiento requiere de la conciencia, es el fruto y la flor de la evolución humana. Todas las cosas, sobre todo las más bellas, son las más frágiles: la rosa vive un día. Todo nuestro vigor es frágil. Por ejemplo, nuestro cuerpo está constituido por moléculas químicas y átomos; después de la muerte esto se dispersa, pero el producto del conjunto de lo que llamamos vida, el cerebro, entra en una fase de descomposición, y el alma, que no puede existir sin el cerebro, desaparece también.
Se conocen algunos testimonios de gente casi muerta, que finalmente sobrevive. En los estudios sobre esos casos, la gente cuenta que vio subir su alma, que vio una luz, pero esas respuestas no son decisivas, se pueden interpretar como las últimas fantasías del cerebro en el momento final. Honestamente, no creo que subsista la actividad mental después de la muerte.
Exterminado el fantasma de la guerra fría, ¿cuál es su percepción del modo en el que la humanidad traspasará el siglo veinte? (Uno de los libros fundamentales del autor se llama, precisamente Para salir del siglo xx).
No sé cómo lo traspasará. En algunas partes de la Tierra se vive un gran desencanto, una pérdida de la esperanza, porque hay simultáneamente una pérdida del futuro. En otros lugares existe una fe muy arraigada en las religiones del pasado. Es decir, no existe un desencanto general; en muchos países podemos apreciar el vigor de su gente. Yo diría que vivimos un presente muy mezclado. Existen, ciertamente, muchos obstáculos para concebir el futuro, porque hoy es muy difícil entender lo que pasa. Yo cito muchas veces las palabras de Ortega y Gasset, que dicen: “No sabemos lo que pasa y eso es lo que pasa”. La toma de conciencia es muy difícil. Hoy día, las fuerzas de la globalización tecnoeconómicas han suscitado una serie de fuertes contracorrientes, el capitalismo siempre desata contracorrientes. La industrialización, por ejemplo, ha desatado una gran fuerza ecológica que lucha por revertir la polución que generan los procesos industriales.
No tenemos certezas. Estamos en la oscuridad. Lo que podemos hacer es salvaguardar los valores que nosotros queremos y seguir una estrategia, que a mi juicio es la estrategia del pensamiento complejo, para cambiar lo que ocurre en esta noche de los dos siglos. Hay un proverbio turco que dice: “La noche está embarazada”. Es decir, nadie puede afirmar que el día no habrá de nacer.
So pena de inducir una respuesta reduccionista, me gustaría que explicara a los lectores de este suplemento en qué consiste su propuesta del pensamiento complejo.
Hay dos formas que nos permiten explicar, del modo menos difícil, la consistencia del pensamiento complejo. Tenemos conocimientos separados y formaciones separadas. Toda nuestra educación nos enseña a clasificar y excluir. Eso ha propiciado que tengamos subdesarrollada nuestra habilidad de conjunción. Un primer aspecto del pensamiento complejo lo podemos definir como la capacidad que desarrolla el individuo para reunir y hacer conexiones de diversos conocimientos y disciplinas de un modo articulado. El segundo aspecto yo lo explicaría por medio del siguiente ejemplo: vivimos en un mundo en el que hay una gran incertidumbre no sólo por el porvenir, sino por lo que puede suceder el día de mañana. Eso ha propiciado que muchas veces la vida sea como un juego de dados o un volado: cara o cruz. Sin embargo, en ese océano de incertidumbre hay muchas islas, varios archipiélagos de tierra firme. El pensamiento complejo le permite al marinero navegar por los mares de la incertidumbre a través del buen uso de las islas de la certidumbre.
¿Y el libro? Ese medio ancestral del conocimiento humano, ¿corre el riesgo de desaparecer frente a los otros medios?
Los otros medios acompañarán al libro en el paso al próximo siglo. Ésta es una época de gran invasión de las imágenes, es, de alguna forma, una época de regresión para el libro. Vivimos en una etapa de constante aceleración, de poco tiempo para la reflexión y la lectura. Sin embargo, también considero que mediante una reconquista de nuestros tiempos personales reencontraremos las condiciones adecuadas para volver a la lectura. En el siglo pasado la lectura no se sustentaba en un ejercicio rápido y veloz, no existía esa ansiedad por conocer únicamente el final del libro. Leer suponía también ser partícipes de un acto de gozo por el estilo mismo, por las descripciones, por los análisis del autor. Leer implica releer. Cuando un libro nos gusta y lo releemos descubrimos siempre nuevas cosas. Esos placeres que hoy pertenecen a una pequeña elite deben reconquistarse por la mayoría de los ciudadanos.
David: nos interesa mucho el tema que trata Morín en esta entrevista que usted le hace. Hemos llevado parte de la misma a nuestro blog linkeándolo.
ResponderEliminarDesde Argentina, muchas gracias. Lo invitamos a visitarnos.
Feliz 2010!!!
Claro que sí. El pensamiento de Morín debe difundirse por todos los medios.
ResponderEliminarAbrazos desde México.